viernes, 7 de junio de 2013

El Principio Cristiano


jueves, 21 de marzo de 2013

Característica de una Iglesia en las clases oprimidas. Leornardo Boff


La Iglesia no desempeña fatalmente una función conservadora (marxismo ortodoxo); por su ideario y orígenes (la memoria peligrosa y subversiva de Jesús de Nazaret crucificado bajo Poncio Pilato) es más bien revolucionaria. Por eso depende de determinadas condiciones y de su propia situación interna. Dado algún grado de ruptura en el bloque histórico, la Iglesia puede asumir un cierto papel al lado de las clases oprimidas en sus luchas contra la dominación, especialmente entre aquellos grupos sociales que se orientan según una visión religiosa del mundo, como es el  caso de nuestro pueblo latino-americano. Estos grupos tienden a crear una “estrategia de liberación”, comenzando por elaborar una visión independiente y alternativa del mundo, contrapuesta a la de las clases hegemónicas. Esta condición previa es indispensable para crear las condiciones objetivas de transformación de su existencia oprimida.
Es aquí donde cobra relevancia el campo religioso-eclesiástico. Si contribuye a elaborar una visión religiosa del mundo que se ajuste a sus intereses de libertad y se oponga a las clases dominantes, llevará a cabo una función revolucionaria. El interés religioso de la base consiste en autorregular su búsqueda de liberación y privar de legitimación y desnaturalizar la dominación que sufre. El campo eclesiástico puede ofrecer esa legitimación, dadas determinadas condiciones concretas internas y externas, ya sea porque comprenda la justicia de sus luchas, ya porque la perciba en conformidad con el ideario evangélico.
Generalmente en el modo de producción capitalista no es la religión la instancia reproductora principal de las relaciones sociales. Pero en el caso de América Latina, debido a la cosmovisión religiosa predominante entre el pueblo, la Iglesia desempeña una relevante función reproductora o contestataria. Entre los grupos oprimidos predominantemente religiosos, la elaboración de una visión cristiana independiente, alternativa y opuesta a la clase hegemónica, significa el lanzamiento de su proceso liberador que tendrá éxito histórico a condición de que se alcance un cierto grado de conciencia, de organización y movilización de clase. Teológicamente se recupera la figura histórica de Jesús de Nazaret que lógicamente privilegiaba a los pobres y los entendía como los primeros destinatarios y beneficiarios del Reino de Dios; se recupera el sentido originario de su vida y muerte cuanto vida comprendida con originario de vida y muerte en cuanto vida comprendida con la causa de los humillados en los que se frustraba la causa de Dios, como muerte causada por un conflicto promovido por las clases sociales dominantes de la época. En esta línea se reinterpretan los principales símbolos de la fe y se develan las dimensiones liberadoras objetivamente presentes en ellos pero aplastadas por una estructuración de denominación religiosa integrada en la clase hegemónica social. 

Evidentemente, una tal recuperación del sentido originario del cristianismo no se hace sin una ruptura con las tradiciones eclesiásticas hegemónicas. Normalmente le es posible al intelectual orgánico religioso proceder a recomponer de nuevo esa ruptura. Por un lado, mediante su vinculación a las clases oprimidas ayuda a percibir, sistematizar y expresar sus grandes anhelos de liberación, y por otro, los asume dentro del proyecto religioso (teológico) y muestra su coherencia con el ideario fundamental de Jesús y de los apóstoles. En base a este desbloqueo, fracciones importantes de la institución eclesiástica pueden aliarse con las clases oprimidas y posibilitar la emergencia de una Iglesia popular con características populares.
Creemos que con las comunidades eclesiales de base se produce exactamente semejante fenómeno se trata de una verdadera eclesiogenésis (génesis de una nueva Iglesia aunque no diversa de la de los Apóstoles y de la Tradición) que se realiza en las bases de la Iglesia y en las bases de la sociedad, es decir, entre las clases oprimidas, depotenciadas religiosamente (sin poder religioso) y socialmente (sin poder social). Analíticamente es importante captar bien la novedad: estas comunidades significan una ruptura con el monopolio del poder social y religioso y la inauguración de un nuevo proceso religioso y social de estructuración de la Iglesia y de la sociedad, con una división social de estructuración de la Iglesia y de la sociedad, con una división social distinta del trabajo así como una división religiosa diferente del trabajo eclesiástico.
Veamos algunas características de la Iglesia de base. A nuestro parecer , la Iglesia encarnada en las clases oprimidas presenta 15 características; S. Roberto Belamino, famoso eclsiólogo de la Iglesia encarnada en la clase hegemmónica presentaba también 15 notas de la Iglesia (en 1591); la coincidencia no deja de tener su significado.
Continuará con Iglesia- Pueblo de Dios.