La
Iglesia no desempeña fatalmente una función conservadora (marxismo ortodoxo);
por su ideario y orígenes (la memoria peligrosa y subversiva de Jesús de
Nazaret crucificado bajo Poncio Pilato) es más bien revolucionaria. Por eso
depende de determinadas condiciones y de su propia situación interna. Dado
algún grado de ruptura en el bloque histórico, la Iglesia puede asumir un
cierto papel al lado de las clases oprimidas en sus luchas contra la
dominación, especialmente entre aquellos grupos sociales que se orientan según
una visión religiosa del mundo, como es el
caso de nuestro pueblo latino-americano. Estos grupos tienden a crear
una “estrategia de liberación”, comenzando por elaborar una visión
independiente y alternativa del mundo, contrapuesta a la de las clases
hegemónicas. Esta condición previa es indispensable para crear las condiciones
objetivas de transformación de su existencia oprimida.
Es
aquí donde cobra relevancia el campo religioso-eclesiástico. Si contribuye a
elaborar una visión religiosa del mundo que se ajuste a sus intereses de
libertad y se oponga a las clases dominantes, llevará a cabo una función
revolucionaria. El interés religioso de la base consiste en autorregular su
búsqueda de liberación y privar de legitimación y desnaturalizar la dominación
que sufre. El campo eclesiástico puede ofrecer esa legitimación, dadas
determinadas condiciones concretas internas y externas, ya sea porque comprenda
la justicia de sus luchas, ya porque la perciba en conformidad con el ideario
evangélico.
Generalmente
en el modo de producción capitalista no es la religión la instancia
reproductora principal de las relaciones sociales. Pero en el caso de América
Latina, debido a la cosmovisión religiosa predominante entre el pueblo, la
Iglesia desempeña una relevante función reproductora o contestataria. Entre los
grupos oprimidos predominantemente religiosos, la elaboración de una visión
cristiana independiente, alternativa y opuesta a la clase hegemónica, significa
el lanzamiento de su proceso liberador que tendrá éxito histórico a condición
de que se alcance un cierto grado de conciencia, de organización y movilización
de clase. Teológicamente se recupera la figura histórica de Jesús de Nazaret
que lógicamente privilegiaba a los pobres y los entendía como los primeros destinatarios
y beneficiarios del Reino de Dios; se recupera el sentido originario de su vida
y muerte cuanto vida comprendida con originario de vida y muerte en cuanto vida
comprendida con la causa de los humillados en los que se frustraba la causa de
Dios, como muerte causada por un conflicto promovido por las clases sociales
dominantes de la época. En esta línea se reinterpretan los principales símbolos
de la fe y se develan las dimensiones liberadoras objetivamente presentes en
ellos pero aplastadas por una estructuración de denominación religiosa
integrada en la clase hegemónica social.
Evidentemente,
una tal recuperación del sentido originario del cristianismo no se hace sin una
ruptura con las tradiciones eclesiásticas hegemónicas. Normalmente le es
posible al intelectual orgánico religioso
proceder a recomponer de nuevo esa ruptura. Por un lado, mediante su
vinculación a las clases oprimidas ayuda a percibir, sistematizar y expresar
sus grandes anhelos de liberación, y por otro, los asume dentro del proyecto
religioso (teológico) y muestra su coherencia con el ideario fundamental de
Jesús y de los apóstoles. En base a este desbloqueo, fracciones importantes de
la institución eclesiástica pueden aliarse con las clases oprimidas y
posibilitar la emergencia de una Iglesia popular con características populares.
Creemos
que con las comunidades eclesiales de base se produce exactamente semejante
fenómeno se trata de una verdadera eclesiogenésis (génesis de una nueva Iglesia
aunque no diversa de la de los Apóstoles y de la Tradición) que se realiza en
las bases de la Iglesia y en las bases de la sociedad, es decir, entre las
clases oprimidas, depotenciadas religiosamente (sin poder religioso) y
socialmente (sin poder social). Analíticamente es importante captar bien la
novedad: estas comunidades significan una ruptura con el monopolio del poder
social y religioso y la inauguración de un nuevo proceso religioso y social de
estructuración de la Iglesia y de la sociedad, con una división social de
estructuración de la Iglesia y de la sociedad, con una división social distinta
del trabajo así como una división religiosa diferente del trabajo eclesiástico.
Veamos
algunas características de la Iglesia de base. A nuestro parecer , la Iglesia
encarnada en las clases oprimidas presenta 15 características; S. Roberto
Belamino, famoso eclsiólogo de la Iglesia encarnada en la clase hegemmónica
presentaba también 15 notas de la Iglesia (en 1591); la coincidencia no deja de
tener su significado.
Continuará
con Iglesia- Pueblo de Dios.